Padre eterno, Creador mío,
mis labios y mi corazón
proclaman tu grandeza y tu amor;
hoy cuando la depresión y la tristeza
invaden mi corazón,
mi espíritu, mis emociones e inteligencia
te suplico, postrado ante ti:
“Envíame tu luz y tu verdad:
que ellas me encaminen y me guíen
a tu santa Montaña,
hasta el lugar donde habitas.
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Y llegaré al altar de Dios,
el Dios que es la alegría de mi vida;
y te daré gracias con la cítara,
Señor, Dios mío.
¿Por qué te deprimes, alma mía?
¿Por qué te inquietas?
Espera en Dios,
y yo volveré a darle gracias, a Él,
que es mi salvador y mi Dios”
(Fragmentos del Salmo 43)
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